domingo, 29 de junio de 2014

Una guerra inevitable

Francisco Marhuenda - Nociones básicas - Bibliografía básica

El siguiente artículo apareció en el suplemento La Razón de la Historia del diario español La Razón, el sábado 28 de junio de 2014, como parte de un dossier dedicado al centenario de la Primera Guerra Mundial:

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Francisco MARHUENDA
Profesor de Historia de España (URJC) y académico correspondiente de las reales academias de la Historia y de Jurisprudencia y Legislación

La Primera Guerra Mundial o la Gran Guerra, como se la denominó entonces, fue una tragedia inevitable porque los contendientes llevaban años caminando con paso firme a un conflicto militar de dimensiones globales. Hubiera podido ser antes o después, pero la actitud de las grandes potencias buscaba claramente la conflagración. El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, y de su esposa, Sophie, fue la excusa que esperaban todos para resolver unos viejos conflictos que estaban enquistados y conseguir ventajas territoriales. Era una corriente histórica que condujo a un desenlace que costó millones de muertos y heridos, una enorme destrucción, unos cambios políticos en el Continente que serían desastrosos a corto y medio plazo ya que la «gran guerra» fuera realmente la Segunda Guerra Mundial. Entre las graves consecuencias del conflicto estuvo la desaparición del Imperio de los Zares para dar paso a la Unión Soviética, un régimen de terror que sería un factor de desestabilización mundial hasta su desaparición. Por otra parte, la situación de postración en que quedó Alemania al ser castigada duramente con el Tratado de Versalles abriría el camino para el acceso al poder de Adolfo Hitler. El comunismo y el nazismo serían dos grandes horrores del siglo XX y provocarían algunos de los mayores genocidios de la Historia. En el periodo de entreguerras surgirían, también, otros horrores, como el régimen militarista japonés o el fascismo italiano.

La guerra franco-prusiana
El mundo vivió profundas y aceleradas transformaciones a lo largo de siglo XIX. Los avances tecnológicos afectaron a todos los campos y también a los militares. El planeta seguía siendo eurocéntrico, ya que las grandes potencias eran europeas, aunque Estados Unidos vivió un proceso acelerado de crecimiento que le llevaría a ser decisivo en la Primera Guerra. Su incorporación al conflicto en 1917, por medio de la Fuerza Expedicionaria Americana, al mando del general Pershing junto al esfuerzo militar de su poderosa industria, sería decisiva para la victoria de los aliados frente a los imperios centrales. Tras la victoria de la Unión frente a la Confederación en la Guerra de Secesión en 1865, podemos hablar realmente de unos Estados Unidos con capacidad para asumir progresivamente su posición como potencia mundial y cohesionado con la idea de un destino manifiesto. Las Guerras Napoleónicas provocaron una enorme destrucción en el Continente, pero también fueron un terremoto para las viejas naciones y sus fronteras que hasta ese momento todavía mantenían las estructuras del Antiguo Régimen. Es el periodo de las revoluciones liberales y el ascenso imparable de la burguesía, la Revolución Industrial, el Romanticismo, la búsqueda de imperios coloniales, las unificaciones de Alemania e Italia, la descomposición progresiva del Imperio otomano, que saltaría por los aires con la Guerra del 14 y la aparición de nuevas naciones en el Continente. 


Dos oficiales británicos observan desde la trinchera el fuego de artillería
en la batalla francesa del Somme, en 1916.

Los antecedentes del conflicto los podemos encontrar en ese largo proceso que se viviría en dos periodos. El primero comenzó con el equilibrio que Meternich buscó con el Congreso de Viena, pero que fue muy frágil porque eran unas naciones sometidas a profundos cambios y con viejas rivalidades que no se pudieron resolver con acuerdos multilaterales y bilaterales. La derrota francesa frente a los prusianos en 1870 dio paso al II Reich y a una profunda rivalidad por la pérdida de Alsacia y Lorena. Una clara animosidad quedó instalada entre los franceses así como la constatación de la irrupción de una gran potencia militar y económica como Alemania. Por su parte, la unificación italiana significó una derrota del imperio austriaco que perdió sus territorios en la península italiana así como la desaparición del reino de las Dos Sicilias y de los Estados Pontificios. Gran Bretaña se había convertido en la potencia mundial con un enorme imperio con importantes territorios en América, África, Asia y Oceanía. Este segundo periodo se caracterizaría por una fuerte expansión imperialista en la que Alemania se incorporó tarde tras su unificación y se tuvo que conformar con los territorios de Togo, Camerún, el África del Suroeste y Oriental y la parte noroeste de Nueva Guinea. Una porción insuficiente para el militarismo expansionista de su káiser, Guillermo II, y los generales alemanes. En Asia, China estaba en clara decadencia y su imperio desapareció en 1911, dando paso a un periodo de fuerte inestabilidad y luchas internas, mientras Japón irrumpía con fuerza en la escena mundial gracias a la Revolución Meijí. La acelerada evolución japonesa con su transformación social, económica y militar hizo que derrotara a China en 1894 y a Rusia en 1904. El Imperio de los Zares estaba inmerso en un profundo descontento social y la humillante derrota en la guerra ruso-japonesa provocó la Revolución de 1905 que obligó a que Nicolás II introdujera reformas con las Leyes Fundamentales y se formara la Duma, una asamblea legislativa. Por su parte, el complejo Imperio austrohúngaro estaba preocupado por la situación de los Balcanes y las consecuencias de la revolución de los Jóvenes Turcos en el Imperio otomano. Esto condujo a que Bosnia-Herzegovina, que había ocupado en 1878 pero que formalmente seguía bajo la soberanía otomana, fuera anexionada al imperio. Tras esto, los turcos se enfrentaron a nuevas insurrecciones en lo que se conocería como la Primera Guerra de los Balcanes, que finalizó con la pérdida de Albania y el reparto de Macedonia. 

Europa estaba inmersa en una espiral hacia una guerra que sólo necesitaba una excusa. La crisis de Agadir (1911) llevó a Europa al borde de la guerra, pero fue resuelta gracias a la diplomacia, aunque reforzó la determinación de franceses y británicos frente al militarismo alemán, que estaba inmerso en una carrera armamentística mientras Francia y Rusia hacían lo mismo. Bismarck había intentado en 1873 estabilizar Europa mediante la alianza de los tres imperios: Alemania, Rusia y Austria-Hungría, pero a finales de siglo este sistema había cambiado por los acuerdos entre Rusia, Francia y Gran Bretaña, formando el bloque que se enfrentaría a los imperios alemán y austriaco.

La Razón, 28-VI-2014, suplemento La Razón de la Historia«Una guerra inevitable», p.9


2 comentarios :

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